Publicada en Perfil el 15 de mayo de 2022

Los bancos europeos, especialmente los suizos, y los de Estados Unidos siempre gozaron de prestigio para el ahorrista internacional, por obvias razones. Eran confiables, seguros, tenían monedas estables, y garantizaban la libre disponibilidad de fondos en cualquier momento. Pero la guerra de Ucrania cambió las cosas dramáticamente. El gobierno y los bancos suizos se alinearon con la OTAN, y decidieron congelar los depósitos de los empresarios rusos y las reservas internacionales de Moscú. Más allá de lo que pensemos de Putin y la guerra, Suiza cometió el peor error de toda su historia como plaza financiera y de ahorro mundial. Perdió su credibilidad como garante del secreto y la libre disponibilidad del dinero que ingresa en sus bancos. 

La confianza en el sistema bancario suizo nunca se recuperará totalmente, porque lo que se quebró una vez puede volver a quebrarse. Y lo mismo aplica para los bancos de los aliados de Estados Unidos, y sus respectivas monedas fuertes –libra, euro, yen–. La alianza con la Casa Blanca, que ayer brindaba confianza, hoy se convirtió en inseguridad. Ya ningún banco estadounidense, suizo, británico o japonés está a salvo de una orden del presidente Biden, mientras que Trump tiene cuenta bancaria en China.

Paralelamente, esta situación mejoró la posición de China en el mundo financiero. El estereotipo dice que hacer depósitos bancarios en el país era complicado, dificultoso e inseguro por la distancia geográfica y cultural, e incluso idiomática. Y un inversor quiere que todos los procedimientos relativos a su dinero sean claros y seguros. Pero se trata de un estereotipo que perdió actualidad. Hoy el sistema bancario chino es el más seguro del mundo, y el que más facilita la vida a sus clientes.

Para empezar, China es un país totalmente confiable en materia de secreto bancario. Esta es una característica que no es nueva, porque los bancos chinos desde hace décadas que tienen sistemas informáticos muy seguros, no comparten sus datos con nadie, ni están obligados a hacerlo por ninguna ley. Tampoco vigilan tanto como en Occidente los movimientos del dinero –salvo que se trate de grandes transferencias, y muy frecuentes– ni preguntan por su origen: esa no es su función. Y hoy, la ya tradicional confiabilidad de la banca china se reforzó por la cuestión geopolítica: dado que Beijing está lejos de Estados Unidos y Europa en términos políticos, no hay ningún riesgo de que entregue los datos de sus clientes a los políticos occidentales, ni que intervengan sus depósitos. Occidente se mete cada vez más dentro de la privacidad de los bancos, revisa todos los datos, obliga a sus ahorristas a firmar docenas de papeles, y hasta congela sus cuentas… los bancos chinos no hacen nada de eso. 

Además, la guerra trajo inflación en dólares pero no en yuanes, y esa es otra ventaja del sistema bancario chino. Allí es muy fácil abrir, cuentas bimonetarias –en yuanes y dólares–, y se puede cambiar de una moneda a otra en un segundo. Y dado que hoy el yuan está más fuerte que el dólar, es una fuente de reserva. Si alguien mantiene su dinero en yuanes, y percibe una tasa anual por ello, tendrá aún más dólares cuando decida cambiar sus fondos a la moneda estadounidense. 

Otra cuestión, que muchos ahorristas valoran, es que los bancos chinos están muy orientados a la satisfacción del cliente. Mucho más que los bancos occidentales. Por ejemplo, en China las sucursales están abiertas al público todos los días –sí, de lunes a lunes– desde primera hora de la mañana hasta el comienzo de la noche. Es frecuente que quienes trabajan todo el día y tienen que hacer un trámite en el banco –donde se va cada vez menos, por la digitalización– lo hagan los fines de semana o días francos, para no tener que descuidar su oficina o fábrica. Los chinos que visitan Argentina se sorprenden mucho cuando se enteran de que aquí los bancos solo abren de lunes a viernes y solo de 10 a 15: ¡justo cuando los clientes tienen que estar en otro lado! 

Además, los bancos chinos casi no tienen costos de mantenimiento –unos 10 dólares por año– ni de transacciones, ya que compiten con otros bancos –dentro y fuera de China– para captar ahorristas. El gobierno chino no les cobra impuestos a los bancos por los movimientos de dinero (a propósito: los chinos que vienen aquí no pueden entender por qué se cobra un impuesto al cheque). 

Por último, tener una cuenta en un banco chino simplifica las cosas para todos quienes tienen relaciones económicas con ese país. Que son cada día más. A quienes les gusta hacer shopping de productos chinos –ropa, tecnología, etc.– y recibirlos por correo en cualquier lugar del mundo, tener cuenta en un banco chino hace todo más fácil. Y lo mismo para los empresarios del campo o la industria que hacen negocios con China: con una de esas cuentas pueden pagar a los proveedores, cobrar sus ventas, y todo por homebanking, tal como lo hacen los empresarios europeos y estadounidenses. 

Los bancos chinos dan más prestaciones, son más baratos, tienen una moneda cada vez más fuerte y protegen el secreto bancario más que nadie. Por todo eso, China va camino a convertirse en una de las principales plazas financieras globales.

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