Publicada en Perfil el 13 de agosto de 2022
Cuando era niña, en China, en la escuela cantábamos canciones infantiles sobre Taiwán. Había una que decía: “Bienvenidos los niños taiwaneses, en un barco con velas blancas, extiende tus manos con fuerza, las palabras entusiastas son infinitas”. Desde hace décadas, el pueblo chino se formó con la idea de que el regreso de Taiwán es inevitable, que no hay otro camino, aunque la mayoría imaginaba que se iba a desarrollar en forma gradual y pacífica. Pero hoy la negociación es imposible porque Estados Unidos está detrás. Entonces, la guerra es inevitable. Pero no se desarrollará como una guerra tradicional; va a ser regional o fraccional, no general.
En la última década, Estados Unidos le ha declarado la guerra varias veces a China. Durante la presidencia de Donald Trump, se libró una guerra comercial y tecnológica. Biden continuó la guerra tecnológica y sumó otras: la financiera, que tiene que ver con el sistema SWIFT -que conecta las operaciones bancarias de todo el mundo-, y la política, iniciada con la visita de Pelosi a Taiwán.
Para Estados Unidos, Taiwán será la primera línea de su combate contra China; la segunda estará compuesta por Japón y Corea del Sur, mientras que en la tercera aparecerán Australia y los mismos Estados Unidos. Washington sabe muy bien que Japón y Corea del Sur serían los mayores perdedores en una vuelta de Taiwán a China, y que harían lo imposible para impedirlo.
En lo que está sucediendo hay un parecido con la guerra en Ucrania. Mucha gente cree que China apoya a Rusia, pero la realidad no es tan simple. China no quiere esta guerra, porque ambos países -Rusia y Ucrania- son sus amigos. China hoy tiene una alianza con Rusia, pero antes de ello había construido una muy buena relación con Ucrania. Por eso evitó pronunciarse a favor de uno u otro, y no vendió drones a ninguno de los dos.
Después del colapso de la Unión Soviética, Ucrania se quedó con un tercio del arsenal nuclear soviético, y sus expertos en la industria armamentista y naval tenían reconocimiento mundial. China invitó a científicos y técnicos ucranianos a mudarse allí con sus familias pagándoles sueldos cinco veces superiores a los que cobraban en Kiev. Con la ayuda de estos expertos, China pudo lograr en poco tiempo un avance sin precedentes en estas áreas. Por eso, si la guerra tuviera solo dos jugadores, los rusos y los ucranianos, sería un dilema para China, y Beijing tendría que mantener una posición neutral. Pero sabe que, en el fondo, esta es una guerra entre Rusia y Estados Unidos, y eso inclina la balanza.
¿Cómo podría generarse una guerra? Un detonante sería que Estados Unidos apoye públicamente la independencia de Taiwán, respalde la realización de un referéndum independentista en la isla, o que colabore para su ingreso en Naciones Unidas, rompiendo la política de “una sola China”; cualquiera de esas medidas cambiaría el status quo y llevaría al conflicto armado.
¿Qué hará Argentina ante la cuestión Taiwán? El embajador Sabino Vaca Narvaja abrió el debate con una postura muy clara, sosteniendo el principio de integridad territorial. Tendiendo un puente entre Taiwán y Malvinas.
La superficie de la isla de Taiwán es tres veces la de Malvinas, y la situación puede ser comparable por su ubicación geográfica cercana al continente, sus recursos y la geopolítica. Si Argentina entra en guerra por Malvinas, muy probablemente recibiría el apoyo de China, así como Gran Bretaña contaría con Estados Unidos. Pero la diferencia es que para China, la cuestión Taiwán es de vida o muerte, mientras que para Gran Bretaña, o Estados Unidos, Malvinas no lo es.
Una escalada del conflicto en Taiwán afectaría a Argentina. En tal caso, Estados Unidos intentará bloquear a China. Y China, para salir de esa situación, sabiendo que Estados Unidos tiene muchos aliados en el Norte, necesitará a sus amigos del Tercer Mundo, llo incluye a Argentina en Latinoamérica. China va a ofrecer más cosas a Argentina, a cambio de consolidar su alianza. Y a Argentina, como a muchos países pequeños, le resultará imposible jugar su propio juego.