Publicada en Clarín el 5 de noviembre de 2021

Para entender la tensión creciente en Taiwán hay que mirar la geopolítica. Beijing y los 1400 millones de chinos quieren recuperar el control de la isla, y nunca van a renunciar a ello. Japón y Corea del Sur consideran que el estrecho de Taiwán tiene una importancia estratégica, porque allí están las rutas comerciales y de transporte de energía que ambos necesitan.

Estados Unidos quiere influir en la zona y evitar que China sea la potencia dominante de Asia Pacífico. Y en el trasfondo de todo está el conflicto comercial y tecnológico entre China y Estados Unidos.

Washington declara proteger a sus aliados japoneses y surcoreanos, y utiliza la carta de Taiwán para negociar con el gobierno chino. Pero sabe que no puede cambiar el estado de situación. La política de “una sola China” es un límite a la geopolítica norteamericana.

Por el momento, incomodar sistemáticamente a China en el estrecho de Taiwán es una política que hoy conviene a Estados Unidos, pero ¿por cuánto tiempo más? ¿Esta política se mantendrá vigente en los próximos 20 años?

Para Beijing, la vuelta de Taiwán al continente es cuestión de tiempo y paciencia. La posibilidad de una guerra entre China y Estados Unidos es ínfima, o nula: ambos países tienen armamento nuclear y ninguno quiere usarlo. Pero eso no significa que no estén preparados.

Distinto es el caso de un desafío por parte de la dirigencia política de Taiwán: ahí sí, Beijing está dispuesta a la acción militar. Pero su estrategia fundamental es convertirse en un polo de atracción para el pueblo taiwanés.

El crecimiento económico y tecnológico de China logra que más y más taiwaneses la vean como una tierra de oportunidades. Shanghai se convirtió en una ciudad más interesante que Nueva York, y también hay más taiwaneses migrando hacia el interior de China.

Es cierto que el PBI per cápita de Taiwán es mayor que el del continente, pero la brecha se sigue reduciendo. Hace 40 años, la economía de China continental era 4 veces más grande que la de Taiwán, y hoy es 20 veces más.

El crecimiento chino es su “poder blando”: en el mismo período el PBI per cápita de Taiwán se multiplicó por 17 veces, mientras el del continente lo hizo 65. Por esa razón, el gobierno chino nunca va a hacer un boicot económico a Taiwán, pese a que la mitad de lo que produce y exporta la isla está destinado al continente.

Por ahora, tal vez la mayoría de los taiwaneses no creen conveniente que Beijing recupere el gobierno de la isla. Taiwán pasaría a ser una provincia china más, solo la séptima en importancia económica, y perdería su actual poder de negociación internacional: hoy recibe beneficios de Estados Unidos y al mismo tiempo mantiene muy buenas relaciones económicas con China continental.

Eso cambiaría, y también la educación de los niños: los libros de historia que hoy se usan en la educación seguramente cambiarán. Y hay que agregar que a las generaciones más jóvenes de taiwaneses les resultaría difícil aceptar las formas políticas y culturales del gobierno chino.

En este complejo panorama juega la estrategia de Estados Unidos, que es controlar la cadena mundial de alta tecnología. Los norteamericanos quieren que “la fábrica del mundo” de China, su industria básica, se mude a otros países de Asia, como India o Vietnam. Taiwán ya no forma parte de este grupo, su economía es de alta tecnología, pero Estados Unidos presiona a sus empresas para que transfieran sus conocimientos.

Es el caso de la Taiwan Semiconductor Manufacturing, que produce superchips. Pero ni TSM ni la surcoreana Samsung quieren compartir sus secretos industriales con las empresas norteamericanas.

En ese contexto, el gobierno de Beijing cree que la guerra tecnológica con Washington puede perjudicar la imagen de Estados Unidos entre las empresas de la región, favoreciendo sus planes de largo plazo.

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