Publicado en Diario Perfil el 30 de junio de 2023
El amistoso que jugaron las selecciones de Argentina y Australia en Beijing fue un éxito total. Quienes organizaron y participaron en el evento merecen un reconocimiento especial, porque dejaron a la Argentina en el nivel más alto. Más de 60 mil fanáticos llenaron el estadio de Beijing, pagando entre 1000 y 10 mil dólares por entrada. Y solo una docena de los asistentes vestía la camiseta australiana. Todo el estadio estaba de celeste y blanco, con la número 10 de Lionel Messi. El amor y el cariño de los chinos por la Argentina es total.
Y el fútbol es también política y poder. El partido jugado el pasado 15 de junio fue un reflejo fiel de la relación diplomática de China con Argentina, y con Australia. Los organizadores australianos del evento tal vez no habían imaginado la escena: el partido parecía desarrollarse en una cancha de Buenos Aires, y no en Beijing. La pasión creciente de los chinos por el fútbol, y por los deportes competitivos en general, es un nuevo costado que alimenta la amistad entre China y Argentina. El fútbol se convirtió en el símbolo de lo que significa Argentina para China, y Messi es ahora el verdadero canciller del país. Para los chinos, se trata del argentino más querido de la historia.
A su vez, el partido mostró el tamaño potencial del mercado chino para el fútbol argentino –que podemos extender también a otros deportes, como el polo, donde la ventaja de Argentina es indudable. Argentina perdió unos 20 mil millones de dólares de ingreso de divisas por la sequía, que dificulta la exportación de granos. Esto, sumado a los efectos aún presentes de la pandemia y la deuda a pagar al FMI, complica las chances electorales del gobierno peronista. Pero 1000 partidos de fútbol argentino en China recuperarían esa pérdida. ¿Por qué no se pueden jugar partidos de la Liga Profesional de Fútbol en China? El fútbol es dinero, y el ingreso de divisas proveniente de los goles podría matar la escalada de precios que carcome al país. Messi puede ser el arma nuclear de la “guerra contra la inflación” que anunció Alberto Fernández.
El viaje de Sergio Massa, Juan Manuel Olmos y Máximo Kirchner a la República Popular China el pasado mes de mayo se dio en gran parte para conseguir votantes. Los swaps sirven para relajar un poco la presión de la falta de dólares, y ablandar así el tipo de cambio. Sin embargo, para sacar dinero del bolsillo de los chinos, hay que estar cerca de los chinos. La economía argentina está débil, enferma, requiere una transfusión de sangre, pero el país tiene que desarrollar su propia capacidad de generar sangre. Los préstamos solo resuelven problemas a corto plazo; generar divisas es la política que se necesita a largo plazo.
Para ello existen múltiples actividades que podrían fomentarse, y China es un buen cliente, con plata y grandes mercados de consumo. Hay dos caminos: llevarles productos a los chinos, o traer chinos a consumir aquí. Eso requiere, por supuesto, un pasaje rápido. Sin vuelos directos de Beijing a Buenos Aires todo es más difícil, porque hoy son treinta extenuantes horas de viaje. Ahora el fútbol es un nuevo atractivo para los turistas chinos, ansiosos por conocer la tierra de los campeones. Hay una ruta del fútbol para desarrollar. Cada año, 100 millones de chinos hacen turismo fuera de su país. De esos cien, cinco millones de chinos vacacionan en Tailandia y dejan 15 mil millones de dólares en ese país. ¿Por qué Argentina no puede ser la Tailandia de América Latina para los turistas chinos?
Para ello es necesario que el gobierno argentino impulse una política turística integral. Y los dirigentes son fundamentales para lograr esos acuerdos estratégicos. Los representantes argentinos que viajan a China son los que terminan escribiendo la relación bilateral. Mirando el panorama con un enfoque tal vez más superficial, no podemos obviar que estamos en el año del Conejo, que no es el mejor para la Rata (Massa, 1972), aunque sí lo es para la Serpiente (Cristina, 1953; Larreta, 1965). Para mejorar su suerte, la Rata debe rodearse de gente de Mono, Búfalo y Dragón; Rossi (1959) es Chancho, lo que significa que no es la pareja perfecta de la Rata, pero está mejor que el promedio.